Los medios sociales no tienen por qué ser lo que son ahora. Los medios sociales son jóvenes, el crecimiento conlleva sufrimiento y deberíamos seguir cuestionando suposiciones y presionar a estos nuevos medios de comunicación a nuevos límites. Mi primera publicación en el blog de Snapchat cuestionó, acertadamente, la asumida permanencia del contenido en los medios sociales. El contenido permanente es solo una opción, una elección con implicaciones de largo alcance, y no es necesario. Ahora quisiera pensar en una consecuencia importante de la permanencia: el perfil en los medios sociales.
El perfil habitual en los medios sociales es esa colección de información sobre ti y/o creada por ti, normalmente con otras personas con las que estás relacionado. Los perfiles estructuran la identidad de manera más o menos restrictiva: normas sobre nombres reales, listas de información sobre nuestras preferencias, historiales detallados y actividades actuales constituyen un conjunto muy estructurado de casillas en las que meterse. Además, a medida que nuestras historias documentadas crecen, el perfil crece tanto en tamaño literal como en peso en nuestras mentes y comportamientos.
El perfil de los medios sociales intenta convencernos de que la vida, en la totalidad de su flujo efímero, también debería ser su simulación. El flujo fugaz de la experiencia vivida debe ser troceado en una colección de objetos separados y diferenciados que se introducirán en los contenedores de perfiles. La lógica del perfil es que la vida debe ser capturada, preservada y puesta detrás de un cristal. Nos pide que seamos coleccionistas de nuestras vidas, para crear un museo de nuestro ser. Los momentos se cortan en pedazos, se ponen en una cuadrícula, se cuantifican y se clasifican. Los medios de comunicación social permanentes se basan en este tipo de perfiles, cada uno de los cuales es más o menos restrictivo y en forma de cuadrícula. Repensar la permanencia significa repensar este tipo de perfil de medios sociales, e introduce la posibilidad de un perfil no como una colección conservada detrás de un cristal, sino como algo más vivo, fluido y siempre cambiante.
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Grabar la identidad en categorías en los medios sociales no es del todo malo y mi objetivo en este caso no es argumentar que deberían desaparecer, sino más bien preguntar si pueden ser repensadas, convertidas en solo una opción, y tal vez no en la predeterminada. ¿Pueden crearse medios de comunicación social que no nos pidan incorporarnos a tantos contenedores de identidad, teniendo en cuenta que los seres humanos y la propia identidad son fundamentalmente fluidos y siempre cambiantes?
Para llegar a ello, pensemos por un momento en ese tópico cultural común y claramente moderno que encontramos en los cuentos infantiles, libros de autoayuda y consejos cotidianos que nos pide que seamos fieles a nosotros mismos. Se trata de descubrir y permanecer fieles a esa versión real y auténtica de lo que somos. A menudo puede ser un buen consejo, pero si te produce aversión leer la palabra «auténtico» tanto como a mí escribirla, entonces ya sabes que esa recomendación puede dejar poco espacio para nada que no sea tener un solo yo, sin importar el tiempo ni el lugar, y como tal corre el riesgo de desalentar el cambio. Hay otra escuela de pensamiento, una que entiende la identidad como nunca solidificada y siempre en movimiento. En lugar de un solo e inmutable yo, podríamos considerar un «yo líquido», un verbo más que un sustantivo.
Esto es abstracto, lo sé, y no vamos a zanjar este debate filosófico en un blog, pero Internet ha jugado un papel interesante en esta tensión entre la consistencia de la identidad y el cambio. La historia ya es familiar: la Web llegó embarazada con la posibilidad de repensar quiénes somos trascendiendo la ubicación geográfica, la habilidad física y otros aspectos como la raza, el género, la edad e incluso la especie (aunque tal distanciamiento siempre haya sido solo una fantasía). La viñeta de humor del New Yorker bromeó de forma canalla con que: «En Internet, nadie sabe que eres un perro». Sin embargo, según la historia, la Web adoptó la cultura de masas y lo comercial. Se normalizó y en algún momento el anonimato espontáneo fue reemplazado por una identidad invariable. Ahora que todo el mundo sabe que eres un perro, es difícil no serlo.
Los medios sociales han llegado a poner un énfasis tremendo en nuestra propia identidad, constantemente registrada, siempre acumulada, almacenada, y presentada ante nuestros ojos en un perfil de nosotros mismos disponible en perpetuidad. Sí, es cierto que la identidad puede ser una fuente de importancia, significado, historia y placer, pero, hoy en día, la identidad se está acumulando rápidamente, aumentando exponencialmente nuestro propio contacto con nosotros mismos. La foto de perfil, el fondo, lo que te gusta, lo que haces, quiénes son tus amigos... todo ello conduce a una interminable y siempre creciente autovigilancia combinada con una saludable dosis de ser observado por otros a su vez. Lo que en un suspiro puede ser «autoexpresión», puede devenir en otro «autocontrol» cuando lo que eres (y por lo tanto, lo que no eres) se convierte cada vez más en parte de la vida cotidiana.
La expresión individual, cuando se agrupa en cajas de categorías permanentes (digitales o de otro tipo), tiene el peligro de acabar siendo cada vez más forzada y autorrestrictiva. Ante la ya mencionada presión de ser «real», auténtico y «fiel a uno mismo», esta evidencia masiva del propio ser puede convertirse en limitante e impedir el cambio de identidad. Mi preocupación al respecto es que los medios sociales dominantes de hoy en día se basan con demasiada frecuencia en la idea (e ideal) de tener un yo verdadero, invariable y estable, y por ello son incapaces de incluir la diversión o la modificación. Se ha construido alrededor de una lógica de cajas y categorías fuertemente estructuradas, la mayoría con cuantificadores que clasifican numéricamente cada faceta de nuestro contenido, y esta máquina de captura de datos en forma de cuadrícula simplemente no se adecua con facilidad a la realidad de que los humanos son fluidos, cambiantes y desordenados en formas tanto trágicas como maravillosas.
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Aunque los medios sociales todavía son adolescentes, aún no han incorporado con comodidad a la adolescencia en sí. Con esto no me refiero específicamente a los jóvenes, sino al tipo de cambio y crecimiento que es saludable sin importar la edad. El hecho de exigir por defecto a los usuarios de los medios sociales que se graben y se muestren permanentemente perjudica la inestimable importancia del juego de identidad. En otras palabras: muchos de nosotros deseamos unos medios sociales que se parezcan menos al centro comercial y más a un parque. Siendo mucho menos estandarizado, restringido y vigilado, lo cierto es que el parque es un lugar donde tal vez hagas tonterías. Las rodillas se raspan. Aunque los errores no deben ser evitados por completo, esto es lo que exigen los medios sociales dominantes y permanentes, lo que resulta en un constante exceso de ansiedad sobre lo que se publica. Una medida correctiva saludable para los medios sociales existentes sería crear plataformas que proporcionen más espacio para comportarse sin que ese comportamiento defina siempre quién es uno y lo que uno puede hacer. La idea de espacios de expresión no patrullados puede ser aterradora, pero la falta de tales espacios es mucho más preocupante. *
Los medios sociales dominantes han adoptado hasta ahora una postura, radical en mi opinión, a favor de una versión de la identidad fuertemente categorizada y omnipresente, una que impone el ideal de una identidad singular y estable a la que tendremos que enfrentarnos continuamente. Es una filosofía que no capta el verdadero desorden y fluidez del ser, no celebra el crecimiento, y es particularmente nociva para quienes sean más vulnerables socialmente. Me pregunto cómo podemos construir medios sociales que no siempre intensifiquen nuestra propia relación con nosotros mismos a través de cajas de identidad. Creo que los medios sociales temporales proporcionarán nuevas formas de entender el perfil en medios sociales, uno que no se componga de vida cortada en pedazos congelados y cuantificables, sino de algo más fluido, cambiante y vivo.
*Nota: La idea de que una persona deba tener una identidad única, estable, verdadera o auténtica es más difícil para quienes son más vulnerables socialmente. Tener una identidad única e invariable puede no parecer tan problemático si quien eres no se suele estigmatizar ni penalizar. Sin embargo, es necesario que se reconozca el hecho de que muchas personas justificadamente disfrutan y necesitan algunos armarios sociales en los que poder jugar con la identidad sin tener que exhibirse abiertamente porque las consecuencias potenciales son mayores. La raza, el estrato social, el sexo, las capacidades, la edad y todas las demás intersecciones entre el poder y la vulnerabilidad deben formar parte del debate sobre cómo se construyen, utilizan y mejoran los medios sociales.